Reflexiones de un cofrade
Gracias a Dios, la Semana Santa de este 2017
en Sevilla se ha caracterizado por una climatología maravillosa, que ha
permitido, a propios y extraños, a ciudadanos y turistas, disfrutar de todo el
esplendor de nuestra semana grande, admirar como se merecen las procesiones por
nuestra ciudad de Sevilla.
Quitando este apunte, que merecía la pena
celebrarse, por una vez y para variar, debo matizar que, de un tiempo a esta
parte, he empezado a preguntarme hacia dónde se está encaminando el sevillano
en relación con su semana grande.
Parece que nuestras salidas de cada día están
perdiendo el respeto a las imágenes que veneramos y están derivando en un
simple postureo. Buscamos ante todo poder comentar en el grupo de whatsapp de
rigor cuántas procesiones hemos visto, subir el mayor número posible de
fotografías —incluyendo selfies—… Todo ello, sin faltar la copa con los amigos
«de sevillanas maneras», tal como decían los humoristas en aquel vídeo. Como si
se tratara de una competición. Como si todo eso tuviera más importancia que
contemplar las propias procesiones y acompañarlas, respetar a las hermandades y
sus titulares.
Un ejemplo de esta total falta de respeto lo
viví en carne propia este Domingo de Ramos, viendo una cofradía en la Plaza de
Molviedro. Después de entrar el Misterio, la plaza se vació y apenas quedamos
la mitad de los presentes. Parecía que todos aquellos que habían disfrutado del
flamenqueo y lo movido del paso, no tenían ya interés, ni ganas, de respetar a
Nuestra Madre, que cierra los cortejos de forma maravillosa.
En conclusión, si no queremos que nuestra
semana grande se desvirtúe, convirtiéndose en algo que no es, demostrando una
falta total de fe en nuestras imágenes y queriendo sólo aparentar, debemos reflexionar
sobre el camino estamos tomando.
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